Aunque nos hayan enseñado así, no te defines por la profesión que eliges ni por el dinero que facturas. No perteneces tampoco a un pueblo o una ciudad, por mucho que eso te llene de orgullo. No eres ni blanco, ni negro, ni asiático... No eres una raza. Ni tampoco mujer, hombre, hetero u homo... No eres un sexo o una condición sexual. Eres algo más grande que todas esas pequeñeces, todas esas etiquetas. Eres un ser humano, y el que está a tu lado también, y el de más allá... Y es verdad que cada uno poseemos una energía única y especial, pero todos estamos conectados y vibramos a una misma frecuencia, la de la Tierra.
Hagamos un experimento. Dibuja una línea desde tus pies a la tierra, como si tuvieras una raíz, que llegue bien profundo, al núcleo. Ahora piensa en los miles de millones de seres humanos. ¿Los tienes ya? Somos muchos, ¿eh?. Dibújales también la misma línea desde los pies hasta el centro de la Tierra. Imagina ese centro como un gran corazón. Imagina que ese corazón está latiendo y mandando impulsos a través de esas líneas y que, por lo tanto, llegan hasta nosotros. Estaríamos todos latiendo al mismo tiempo, ¿no sería increíble? Y más increíble sería que quizás, por un momento, sólo por un momento, leyendo esto hayas imaginado un montón de corazones conectados, sólo corazones, sin raza, ni clases social, ni sexo.